Luis Hernández Navarro
Caracas. Los fantasmas de Irak, Libia y Siria pasean libremente por las calles de Caracas. Son el espejo en el que líderes políticos y sociales venezolanos se miran y ven a su país. Son la referencia obligada para analizar las amenazas de intervención militar por parte del presidente estadunidense Donald Trump.
En 2003, Washington invadió Irak, con el pretexto de que el régimen de Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva. En 2011, una intervención militar multinacional, de la que Estados Unidos fue parte, derrocó y asesinó a Muamar Kadafi y sumió al país en la ruina. Desde 2011, las potencias occidentales han auspiciado una guerra civil, y desde 2014 han realizado incursiones bélicas para deponer a Bashar al Assad.
Las intervenciones militares en estos tres países fueron justificadas inventando que sus gobiernos tenían en su poder armas químicas o de destrucción masiva o que eran un peligro para la paz y la estabilidad mundial. También, en nombre de los derechos humanos, la democracia y la igualdad de género. En los hechos, fueron verdaderas guerras de conquista y saqueo de los recursos naturales, sobre todo de gas natural y petróleo.
Resulta entonces inevitable que el chavismo analice su situación actual desde la perspectiva de las agresiones neocoloniales a esas naciones. No hay en ello novedad. Venezuela ha sido, desde 1999, un actor clave en la diplomacia petrolera que permitió elevar los precios del oro negro entre 1998 y 2012. Tiene relaciones estrechas con el mundo árabe.
El presidente Nicolás Maduro ha sido el primero en asomarse al espejo libio y sirio. Conoce bien lo sucedido en estas naciones. Fue canciller de su país entre 2006 y 2013 y artífice de la diplomacia petrolera. Por ello, reconoció en la conferencia de prensa del pasado viernes, que hay puntos en común entre la política que llevó a la destrucción y el desmembramiento de Libia, llevó a la agresión y destrucción de Siria y la política que se ha aplicado contra Venezuela.
Y añadió: Se pretende destruir países independientes con grandes fuentes de riquezas. En Venezuela no han llegado al punto que llegaron en Libia o en Siria: crear una oposición armada. ¡No se lo vamos a permitir!
Su advertencia no es nueva. Apenas el pasado 12 de diciembre acusó a Estados Unidos de pretender sumir a su país en la violencia, como ocurrió en naciones donde intervino militarmente. “Están jugado con candela –denunció. Ellos quisieran ver a Venezuela partirse en 20 pedazos como hicieron en Irak, Libia y Siria, y luego dejarlo en las manos del caos del terrorismo y de la violencia”.
Guerra no convencional
Con el análisis del presidente Maduro coinciden, al menos en parte, diversos analistas. Según el colaborador de La Jornada Raúl Zibechi, La clave del actual conflicto en ese país es más geopolítico que social. Venezuela, explica, es una nación plena de riquezas. Es un país emplazado en una posición estratégica, es bisagra entre dos subcontinentes. Creo que se está configurando una guerra interna en Venezuela, de manera que puede convertirse en la Siria de América Latina.
Según dijo a este diario Juan Contreras, integrante de la Coordinadora Simón Bolívar del Barrio 23 de Enero, su país enfrenta hoy una guerra mediática que ha tratado de crear en la opinión pública internacional la idea de que Venezuela es un Estado fallido o un narco estado; de que hay anarquía y por eso deben intervenir. Es, asegura, una guerra no convencional asimétrica. Es un formato parecido a lo ocurrido en Libia, Irak, Afganistán y Siria.
El mensaje que manda Washington es que hay que destruir al Estado nación. Combina esta táctica con la teoría del caos. Trata de estrangular al país financiera y económicamente, e impedir que se consigan medicinas y alimentos. Por eso, en 2015 Estados Unidos declaró a Venezuela una amenaza inusual. Y desde entonces ha insistido en que hay una crisis humanitaria y que se requiere ayuda humanitaria, preparativos de una intervención militar.
Parte de esta táctica, precisa, es la guerra por delegatura a un tercer país. Y se lo ha encomendado a Colombia, que se presta en esta situación por conducto de un presidente de la extrema derecha, como Iván Duque. Lo mismo sucede con Jair Bolsonaro en Brasil y con Macri en Argentina. Son los títeres del imperio.
Los escenarios
Luis Bonilla es un reconocido pedagogo venezolano y un fino analista de la realidad de su país. “Washing-ton y las naciones imperiales europeas –explica a La Jornada– han abierto una situación de golpe de Estado. Han lanzado un ultimátum en dos vías: a) negociación para una transición y, b) opción militar con una fuerza multinacional. En ambos casos el único punto de llegada aceptable para ellos es la salida del gobierno del presidente Maduro”.
Pero, como la solución negociada parece altamente improbable, pareciera ser que la segunda vía se abre paso. En este caso, las opciones a seguir serían: 1) la de Panamá para sacar a Noriega; 2) como en Libia o Irak, con una tormenta del Caribe; 3) una intervención parecida al escenario sirio.
Pienso que la tercera iniciativa es la más viable. Podría estarse construyendo ya. Por ello plantean tres puntos de recolección de medicinas y alimentos: a) La ciudad de Cúcuta, en la frontera occidental con Venezuela; b) Roraima, en Brasil, que se conecta con la frontera sur de Venezuela y, c) En Curazao o Aruba, lo que permitiría accionar desde la región nororiental.
Hasta ahora, explica, quienes promueven la invasión han señalado que el primer intento de ingreso de ayuda humanitaria se produciría desde Cúcuta. Esto se debe a que Táchira es uno de los bastiones históricos de la derecha conservadora.
“La entrada de la ayuda humanitaria por este lugar tendría como propósito controlar militarmente ese estado, y extenderse hacia los de Mérida y Trujillo, privando al centro del país de un importante surtidor de alimentos.
“Han señalado que si la ayuda humanitaria (que busca ser entregada por soldados venezolanos que han desertado en los pasados 20 años) llega a ser rechazada, se verían obligados a llamar a la conformación de una fuerza multinacional que garantice su ingreso. Si logran controlar Táchira, podrían plantearse un segundo momento de expansión hacia los pozos petroleros fronterizos con Colombia.
“La apuesta imperialista –concluye– sería deteriorar las condiciones de vida de la población de tal forma que podría precipitarse una rebelión popular y el resquebrajamiento de la unidad militar, con lo la fuerza multilateral estaría en posibilidades de entrar triunfante a la capital venezolana. Pero esa sería su apuesta. Otra cosa es que puedan hacerlo.”
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